Confesión
Luis G. Urbina
Bien está: me río
porque es una forma de pudor
la risa;
pero muy adentro, muy solo,
muy mío,
un pesar cansado se me vuelve
hastío
y un último anhelo se me
extingue aprisa.
Mas no me contemples tan sólo
la cara;
acerca a mi espíritu -que es
vaso pequeño-
tu vida, radiante de júbilo,
para
gustar de la gota de miel de
un ensueño.
Del juvenil cántico,
un eco remoto queda todavía
en tal cual epigrama
romántico,
y en una que otra sutil
ironía.
Hace tiempo adquirí la destreza
de ser frívolo. Ve mi
alegría:
¿que de cuando en cuando sale
la tristeza
en un gesto ambiguo de
melancolía?
Vivo y basta. Muerdo los
frutos amargos
de mi otoño, anuncio de un
vecino invierno;
para mi fastidio los días son
largos,
ásperas las piedras, y el
camino, eterno.
¡Bah! ¡No importa! Deja que
alumbre mi paso
una intermitente luz de
poesía;
yo voy como todos, sin rumbo,
al acaso...
Bebe, y no preguntes si hay
hiel en el vaso:
¡Déjame que ría!
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