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miércoles, 29 de julio de 2015

Página 100
Cuando el cuento terminó

La tarde de la Página 97, pude murmurar el “adiós” que alguna vez pedí, ese que pensé varias veces, ese que antes realmente no deseaba decir. Supongo que no lo escuchaste, supongo que no era necesario. Cuando uno imagina los sucesos de la vida, al menos cuando yo lo hago, gusto de escenarios que me llenan la mirada: una larga y robusta mesa de madera con aroma de chocolate rondando; la vista de parte de la ciudad desde la corona del pedregal; el cielo visto desde la superficie del mar… Tuve que murmurar mi adiós en un lugar muy feo, ruidoso y confuso. Es curioso que ahora cada que voy hacia el trabajo pasaré por ahí. Así es el destino, no siempre deja que mi imaginación lo acompañe.
            Siento cierta ansiedad de saber que aquí se acaban estas Páginas, han sido un gran ejercicio para mi fuerza de voluntad, que más de una noche se sintió quebrada y dejó a medias líneas que por la mañana me obligué a terminar. Sé que hay muchas Páginas que nunca volveré a leer, que desearía desaparecer, pero que dejaré aquí como un recordatorio de esto que sentí.
            Es curiosa la manera en que el enamoramiento nos transforma, pero lo es todavía más, lo que el desenamoramiento logra. No sé bien si cuando uno transita de uno al otro puede ver con claridad la línea que los divide, yo no lo he hecho, algunos momentos, cualquier terrible detalle (canción, verso, árbol, gota de lluvia, beso, suspiro…) me ataca y creo sentir que nada ha cambiado, esta sensación cada vez dura menos, la realidad llega con prontitud a mi rescate y la vida continua… ha continuado, bastante bien en las últimas dos decenas de días. Mi salud ha mejorado, sonrío más, nuevas oportunidades llegan, sé que no necesitaré cruzar un océano para encontrarme.


[***]

            Hay algunas cosas que deseo enumerar y agradecer, algunas quedaron signadas en asteriscos y encerradas entre corchetes; otras merecen escapar a esa censura: (tu sonrisa que mis tacto no olvidará; la alegría de sentir que se puede dar todo a alguien que no conocía; las ganas de compartir nuevamente el camino; la paz que halle entre tus brazos; mi piel que se despertaba al paseo de tus dedos en mi espalda; la rabia, los celos y la ansiedad de una ausencia; el temor de no poder olvidar; el coraje para entender que no basta el amor…)
            El listado que hice me recordó, y no es de sorprender, a cierto poema de un argentino cuyo deseo de escribir de manera simultánea la multitud de cosas que veía (cuando la oscuridad aún no le ganaba los ojos) sentí compartido una noche en que habría deseado, en aquel absurdo correo, escribir todo lo que sentía y pensaba. Ese cierto poema me regaló una Navidad muy feliz cuando empezaba a conocerte. “El otro poema de los dones” por si a alguien le interesaba saber de qué rayos hablo.

            En fin, la Página 100 se extendió de más, como pasa a veces con los finales que postergamos por miedo a sentir que se ha perdido parte del corazón. 

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