Primavera primera
Nabuco es un ciervo colorado.
Tal como
les pasa a todos los ciervos, sobre su cabeza crecen árboles. Algunos los
llaman “astas” o “cornamenta”.
A las
hembras de ciervo les encantan los muchachos llenos de ramas. Ellos vagan por
los bosques comiendo semillas, raíces, hojas y hasta corteza con la esperanza
de que, cuando llegue la primavera, crezcan sobre sus cabezas árboles robustos
y vistosos.
Allí
estaba Nabuco aquella tarde, todo primavera, echado sobre el pasto, al sol,
pensando en cuánto éxito tendría con las cervatillas esta temporada. Tenía la
cabeza llena de largas ramas con puntas blancas que parecían querer tocar el
cielo.
Pero, la
tranquilidad estaba a punto de terminar.
Soplaba un
viento suave y en brazos de esa brisa llegó volando una mariposa.
La vida de
Nabuco jamás volvería a ser la misma.
Distraída,
la mariposa se posó en lo más alto de una de las ramas del joven ciervo.
Nabuco
descubrió, entonces, el poder arrasador de lo frágil.
Quedó
inmóvil, por temor a molestar a aquella increíble criatura.
El aleteo
de la mariposa le hizo sentir a Nabuco un temblor que jamás había
experimentado. Creció en él un deseo incontenible de mirarla. Sin mover la
cabeza, llevó los ojos hasta límites imposibles. Su mirada se llenó de colores
cuando descubrió el dibujo en aquellas alas. Lo que vio lo colmó de emoción.
Sintió un nudo en la garganta. Lloró en silencio. Se concentró al máximo para
poder sentir el peso mínimo de aquel cuerpecito posado sobre él. Lo adivinó… y
sintió el roce de las patitas en sus breves movimientos. Le pareció que la
cosquilla que aquel roce le provocaba, lo haría volar.
Pero fue
al escuchar la voz, apenas perceptible, de aquella criatura maravillosa, cuando
Nabuco se dio cuenta de que su corazón ya no le pertenecía. Estaba perdidamente
enamorado.
Ariel Navalesi
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