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martes, 28 de julio de 2015

de cuando nacen los deseos incontenibles de mirar...

Primavera primera
Nabuco es un ciervo colorado.
Tal como les pasa a todos los ciervos, sobre su cabeza crecen árboles. Algunos los llaman “astas” o “cornamenta”.
A las hembras de ciervo les encantan los muchachos llenos de ramas. Ellos vagan por los bosques comiendo semillas, raíces, hojas y hasta corteza con la esperanza de que, cuando llegue la primavera, crezcan sobre sus cabezas árboles robustos y vistosos.
Allí estaba Nabuco aquella tarde, todo primavera, echado sobre el pasto, al sol, pensando en cuánto éxito tendría con las cervatillas esta temporada. Tenía la cabeza llena de largas ramas con puntas blancas que parecían querer tocar el cielo.
Pero, la tranquilidad estaba a punto de terminar.
Soplaba un viento suave y en brazos de esa brisa llegó volando una mariposa.
La vida de Nabuco jamás volvería a ser la misma.
Distraída, la mariposa se posó en lo más alto de una de las ramas del joven ciervo.
Nabuco descubrió, entonces, el poder arrasador de lo frágil.
Quedó inmóvil, por temor a molestar a aquella increíble criatura.
El aleteo de la mariposa le hizo sentir a Nabuco un temblor que jamás había experimentado. Creció en él un deseo incontenible de mirarla. Sin mover la cabeza, llevó los ojos hasta límites imposibles. Su mirada se llenó de colores cuando descubrió el dibujo en aquellas alas. Lo que vio lo colmó de emoción. Sintió un nudo en la garganta. Lloró en silencio. Se concentró al máximo para poder sentir el peso mínimo de aquel cuerpecito posado sobre él. Lo adivinó… y sintió el roce de las patitas en sus breves movimientos. Le pareció que la cosquilla que aquel roce le provocaba, lo haría volar.
Pero fue al escuchar la voz, apenas perceptible, de aquella criatura maravillosa, cuando Nabuco se dio cuenta de que su corazón ya no le pertenecía. Estaba perdidamente enamorado.


Ariel Navalesi

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