Mirada final
Vicente Aleixandre
La soledad, en que hemos
abierto los ojos.
La soledad en que una
mañana nos hemos despertado, caídos,
derribados de alguna
parte, casi no pudiendo reconocernos.
Como un cuerpo que ha
rodado por un terraplén
y, revuelto con la tierra
súbita, se levanta y casi no puede reconocerse.
Y se mira y se sacude y
ve alzarse la nube de polvo que él no
es, y ve aparecer sus
miembros,
y se palpa: Aquí yo, aquí
mi brazo, y este mi cuerpo, y
esta mi pierna, e intacta
está mi cabeza;
y todavía mareado mira
arriba y ve por dónde ha rodado,
y ahora el montón de
tierra que le cubriera está a sus pies y él emerge,
no sé si dolorido, no sé
si brillando, y alza los ojos y el cielo destella
con un pesaroso
resplandor, y en el borde se sienta
y casi siente deseos de
llorar. Y nada le duele,
pero le duele todo. Y
arriba mira el camino,
y aquí la hondonada, aquí
donde sentado se absorbe
y pone la cabeza en las
manos; donde nadie le ve, pero un cielo
azul apagado parece
lejanamente contemplarle.
Aquí, en el borde del
vivir, después de haber rodado toda la
vida como un instante, me
miro.
Esta tierra fuiste tú,
amor de mi vida? Me preguntaré así
cuando en el fin me
conozca, cuando me reconozca y despierte,
recién levantado de la
tierra, y me tiente, y sentado en la
hondonada, en el fin,
mire un cielo
piadosamente brillar?
No puedo concebirte a ti,
amada de mi existir, como solo
una tierra que se sacude
al levantarse, para acabar cuando el
largo rodar de la vida ha
cesado.
No, polvo mío, tierra
súbita que me ha acompañado todo el vivir.
No, materia adherida y
tristísima que una postrer mano, la mía
misma, hubiera al fin de
expulsar.
No: alma más bien en que
todo yo he vivido, alma por la que me fue la vida posible
y desde la que también
alzaré mis ojos finales
cuando con estos mismos
ojos que son los tuyos, con los que mi alma contigo todo lo mira,
contemple con tus
pupilas, con las solas pupilas que siento bajo
los párpados, en el fin el cielo piadosamente brillar.
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