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martes, 9 de diciembre de 2014

Despertar es quebrar ilusiones


Que la brisa no deje de acariciar tus labios, sólo eso te pido. Que los recorra cada tarde, pausada, rítmica y te diga después al oído que te he esperado aún sabiendo que no vendrías. Al emprender esta caminata sabía que entre mis manos estaba todo como un cristal a punto de estallar; si tan sólo la paciencia se contará entre mis virtudes, si tan sólo la vida me hubiera enseñado a callar menos…
Xochicalco es hermoso, me dolía una rodilla, hacía viento y había pocas ganas de aceptar que hay historias que deben guardarse en sobres de memoria blanca para evitar que se llenen más de lugares comunes. Quise hacer un inventario de recuerdos, besos y miradas… de pronto esa pareja de argentinos retiró los audífonos de iPhone y decidió compartimos La última carta, seguro estaban, de menos, bebidos; pero qué bello instante regalaron, así sin querer, sin pensar… quizá por eso antes de que terminara se vieron cohibidos y silenciaron el asunto.
Con el inventario interrumpido, como interrumpidos tantos momentos que empezaban a ser, como tantas palabras ensayadas y luego sepultadas, llegó la hora de regresar, cómo demonios habían sucedido tres horas, mientras aquella pieza no terminaba. Mientras fijaba una estampa en las alturas: la pareja de argentinos tragándose a besos (con selfies como testigos); la mujer muy pasada de peso que con cara de hartazgo cargaba a una hermosa niña que le babeaba el cabello, el presunto esposo mirándole las nalgas a otra chica de más allá que pensó que iba a la playa y se vistió para la ocasión. Unos vendedores de papitas y raspados que burlaron a los polis; los polis arreándonos para ir abandonando el sitio; un árbol casi seco que se aferra a las rocas y baila con el viento; mis manos heladas y el saber que no hay días así para nosotros. No en la realidad, sí en los sueños, sí en mis deseos, no más en mis esperanzas.
Escribió Gelman “¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí la sed,/hasta aquí el agua?” Creo que uno puede responder a ello desde Xochicalco en tarde de sábado, sentado al lado del árbol que se aferra, antes de que los polis se enteren de que soy la última aquí.  

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