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miércoles, 25 de septiembre de 2013

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Ruben Bonifaz Nuño "Los Demonios y los Días"

Si alguien se olvidara de todo
lo que le enseñaron, y decidiera
despreciar las cosas por las que vive
y sentarse, mucho tiempo, en el quicio
de una puerta ajena, desconocida,
solo para ver pasar a las gentes,
es casi seguro que encontraría
un terror anónimo en su sangre,
una soledad que no imaginaba.

En la madurez de la primavera
las dulces muchachas, despreocupadas,
sacan a la calle sus deseos
vestidos con ropas ligeras. Se ven los hombros
húmedos, el pliegue bajo los brazos;
al sol y la sombra se transparentan
piernas asombrosamente desnudas.

Eso pueden verlo todos los ojos.

Pero pocos son los que han visto
lo que se trasluce en el paso
normal de las gentes; lo que habita
más allá de faldas y pantalones,
y que esculpe en todos la ineficacia completa
de un mono demente, de un suicida,
de un ratón con piojos que se rasca.

Nadie está conforme con nadie; todos
se apagan en medio de su fracaso;
encuentra que nada tiene sentido;
soportan, mecánica, una vida
que en ninguna forma les corresponde.

Un adolescente ha caminado
con su novia pálida, en el silencio
de un jardín a solas bajo la tarde;
la habrá acariciado en secreto, con ganas
de llorar; le habrá dicho versos aprendidos
del Declamador sin Maestro; la habrá llevado,
después, a la puerta de su casa.

Y ahora se mete en el cuarto
de un hotel, y mira sus zapatos puestos,
la cama usadísima, la barriga
de la ramerilla que lo acompaña,
y siente que es pobre en su vergüenza,

en su miedo, a solas en todas partes.

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