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Ruben Bonifaz Nuño "Los Demonios y los Días"
Si alguien se olvidara de
todo
lo que le enseñaron, y
decidiera
despreciar las cosas por las
que vive
y sentarse, mucho tiempo, en
el quicio
de una puerta ajena,
desconocida,
solo para ver pasar a las
gentes,
es casi seguro que
encontraría
un terror anónimo en su
sangre,
una soledad que no imaginaba.
En la madurez de la primavera
las dulces muchachas,
despreocupadas,
sacan a la calle sus deseos
vestidos con ropas ligeras.
Se ven los hombros
húmedos, el pliegue bajo los
brazos;
al sol y la sombra se
transparentan
piernas asombrosamente
desnudas.
Eso pueden verlo todos los
ojos.
Pero pocos son los que han
visto
lo que se trasluce en el paso
normal de las gentes; lo que
habita
más allá de faldas y
pantalones,
y que esculpe en todos la
ineficacia completa
de un mono demente, de un
suicida,
de un ratón con piojos que se
rasca.
Nadie está conforme con
nadie; todos
se apagan en medio de su
fracaso;
encuentra que nada tiene
sentido;
soportan, mecánica, una vida
que en ninguna forma les
corresponde.
Un adolescente ha caminado
con su novia pálida, en el
silencio
de un jardín a solas bajo la
tarde;
la habrá acariciado en
secreto, con ganas
de llorar; le habrá dicho
versos aprendidos
del Declamador sin Maestro;
la habrá llevado,
después, a la puerta de su
casa.
Y ahora se mete en el cuarto
de un hotel, y mira sus zapatos
puestos,
la cama usadísima, la barriga
de la ramerilla que lo
acompaña,
y siente que es pobre en su
vergüenza,
en su miedo, a solas en todas
partes.
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