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De noche las palabras
pesan menos; algunas, como el pronombre te,
acompañando sonrojados verbos se pronuncian casi flotando. Algo de
responsabilidad deben tener en ello las espigadas copas que burbujean o las
recias, cuyo contenido es casi violáceo.
De noche toda la voluntad acumulada
con los meses se derrumba y levanta una nube de polvo que se confunde con el
humo de los fumadores que se acercan cada vez más.
Hay muchas lucecitas blancas,
rosadas, casi naranjas. Es una hermosa terraza, hace frío…abajo la ciudad
entera palpita sin importar que la madrugada nos abraza. Pienso que un abrigo
habría sido mejor opción, así no se me helarían las manos. Escucho muy cerca
una oración que lleva el liviano pronombre, no sé si es para mí, pero no
volteo. Las palabras, aunque sean livianas, no deberían interrumpir estampas
como esa.
De
noche las palabras abren puertas, se convierten en llavecitas plateadas que,
con un baile de ensayo y error, de pronto logran que las personas se sienten a
mirar la misma ciudad y una tomé la mano de la otra; y la otra recargue la
cabeza en el hombro de la una. Pasa un
mesero que siente haber interrumpido algo. Quizá sí lo hizo. Otra se levanta,
va al pasillo, escribe una pregunta… regresa a la terraza. Hay palabras
livianas. hermosas y serias. Reconocer se lleva las palmas de la
noche, explicar que se lee igual en ambos sentidos es una afortunada idea; en
recompensa se aprende sobre la estética de la verticalidad, se comprende mejor
por qué a Villaurrutia le parecía tan fascinante.
De noche uno quisiera perder algunas
llaves que se han vuelto muy pesadas, no es sencillo cuando se siguen buscando
los por qué que nunca se preguntaron.
De
noche las palabras, las llaves y las manos se encuentran y recorren senderos
tibios, húmedos que conducen a un sueño tranquilo.
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