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lunes, 29 de junio de 2015


Miro la hoja en blanco y pienso en que alguna vez creí tener mucho por decir. Días hubo en los que me sentía con las manos y la boca llenas de imágenes e ideas, flores de algo cierto a punto de emerger desde la nada, como una guía de luz que habría de conducirme hacía mí mismo y, después, llevaría mi imagen hecha luz hacia todo lo que había afuera. Cuánta presunción esconde el impulso de creer que tenemos un propósito último, una razón de ser en esta vida; amar y esperar amor de nuestros semejantes por nuestros pensamientos es, quizá, un acto de soberbia. Miro la hoja en blanco y pienso que el intrincado laberinto de palabras sigue ahí, pero ahora solo veo su forma hueca y retorcida en grafías vanas; nada hay ya de luz, nada de cierto adentro, toda oscuridad es lo de afuera. La hoja en blanco me devuelve una mirada silenciosa y es al mismo tiempo el rostro del silencio profanado ahora que termino de lapidar esta desgracia al escribir sobre su frente la sentencia.

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