Miro la hoja en
blanco y pienso en que alguna vez creí tener mucho por decir. Días hubo en los
que me sentía con las manos y la boca llenas de imágenes e ideas, flores de
algo cierto a punto de emerger desde la nada, como una guía de luz que habría
de conducirme hacía mí mismo y, después, llevaría mi imagen hecha luz hacia
todo lo que había afuera. Cuánta presunción esconde el impulso de creer que
tenemos un propósito último, una razón de ser en esta vida; amar y esperar amor
de nuestros semejantes por nuestros pensamientos es, quizá, un acto de
soberbia. Miro la hoja en blanco y pienso que el intrincado laberinto de
palabras sigue ahí, pero ahora solo veo su forma hueca y retorcida en grafías
vanas; nada hay ya de luz, nada de cierto adentro, toda oscuridad es lo de
afuera. La hoja en blanco me devuelve una mirada silenciosa y es al mismo
tiempo el rostro del silencio profanado ahora que termino de lapidar esta
desgracia al escribir sobre su frente la sentencia.
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