La selva y
el mar
Vicente
Aleixandre
Allá por las
remotas
luces o
aceros aun no usados,
tigres del
tamaño del odio,
leones como
un corazón hirsuto,
sangre como
la tristeza aplacada,
se baten con
la hiena amarilla que toma la forma del poniente insaciable.
Largas
cadenas que surten de los lutos,
de lo que
nunca existe,
atan el aire
como una vena, como un grito, como un reloj que se para
cuando se
estrangula algún cuello descuidado.
Oh la
blancura súbita,
las ojeras
violáceas de unos ojos marchitos,
cuando las
fieras muestran sus espadas o dientes
como latidos
de un corazón que casi todo lo ignora,
menos el
amor,
al
descubierto en los cuellos allá donde la arteria golpea,
donde no se
sabe si es el amor o el odio
lo que
reluce en los blancos colmillos.
Acariciar la
fosca melena
mientras se
siente la poderosa garra en la tierra,
mientras las
raíces de los árboles, temblorosas,
sienten las
uñas profundas
como un amor
que así invade.
Mirar esos
ojos que sólo de noche fulgen,
donde
todavía un cervatillo ya devorado
luce su
diminuta imagen de oro nocturno,
un adiós que
centellea de póstuma ternura.
El tigre, el
león cazador, el elefante que en sus colmillos lleva algún suave collar,
la cobra que
se parece al amor más ardiente,
el águila
que acaricia a la roca como los senos duros,
el pequeño
escorpión que con sus pinzas sólo aspira a oprimir un instante la vida,
la menguada
presencia de un cuerpo de hombre que jamás podrá ser confundido con una selva,
ese piso
feliz por el que viborillas perspicaces hacen su nido en la axila del musgo,
mientras la
pulcra coccinella
se evade de
una hoja de magnolia sedosa...
Todo suena
cuando el rumor del bosque siempre virgen
se levanta
como dos alas de oro,
élitros,
bronce o caracol rotundo,
frente a un
mar que jamás confundirá sus espumas con las ramillas tiernas.
La espera
sosegada,
esa
esperanza siempre verde,
pájaro,
paraíso, fasto de plumas no tocadas,
inventa los
ramajes más altos,
donde los
colmillos de música,
donde las
garras poderosas, el amor que se clava,
la sangre
ardiente que brota de la herida,
no
alcanzará, por más que el surtidor se prolongue,
por más que
los pechos entreabiertos en tierra
proyecten su
dolor o su avidez a los cielos azules.
Pájaro de la
dicha,
azul pájaro
o pluma,
sobre un
sordo rumor de fieras solitarias,
del amor o
castigo contra los troncos estériles,
frente al
mar remotísimo que como la luz se retira.